La aparición de la agricultura permitió, en buena medida, el desarrollo de la humanidad tal y como hoy la conocemos, puesto que supuso el cambio del nomadismo a los asentamientos estables. La posibilidad de contar con una producción constante de alimentos liberó a parte de la sociedad de la tarea de producirlos, permitiendo así la aparición de otros oficios y, en definitiva, la evolución de la humanidad.
El Neolítico (hace unos 10.000 años) marca la aparición de la agricultura, gracias a la evolución de la recolección de semillas, raíces y frutos y a su domesticación, que permitió su siembra y recolección. Este proceso vino de la mano del desarrollo de nuevos utensilios: para preparar el terreno para la siembra (un simple bastón puntiagudo), para recoger cuanto había crecido (hoces o rastrillos), para separar las semillas de los tallos y espigas (trillos o tamices), para transportar, conservar y exfoliar las semillas, etc. Se aprendió más adelante a abonar, irrigar, podar, uncir animales para el arado, moler y analizar las harinas…, operaciones para las cuales fueron concebidos una ingente cantidad de utensilios e instrumentos especializados, y se desarrollaron las técnicas (en particular las metalurgias del cobre, del bronce y del hierro) con las cuales producirlos, todo un proceso evolutivo que se desarrolló a lo largo de miles de años.
Un punto de inflexión en la agricultura lo marca la Antigua Roma, en cuyo marco se produjo lo que algunos consideran la “primera revolución agrícola”, con el desarrollo de nuevas herramientas, utensilios y técnicas agrícolas. A esta civilización le debemos desarrollos tan importantes como el arado romano tirado por bueyes o la prensa de aceite, y técnicas como el regadío, el abonado, el barbecho o la rotación de cultivos. Muchos de estos desarrollos y técnicas agrarias han pervivido hasta nuestros días.
En el inicio de la Baja Edad Media, a principios del siglo XI, comenzó una expansión demográfica que obligaba a producir más alimentos, para lo cual era imprescindible dedicar nuevas tierras al cultivo. El arado con rueda fue uno de los desarrollos que permitió esta expansión.
Pero no fue hasta la Revolución Industrial, a partir del siglo XVIII, cuando se produjo la verdadera evolución agrícola, con el desarrollo de nuevas máquinas como los arados fabricados completamente en hierro, diferentes útiles y aperos para el trabajo de la tierra, las primeras sembradoras… Una vez más, la necesidad de alimentar a la población creciente y el inminente desarrollo de las ciudades –que implicaba que una gran parte de la población no tenía acceso directo a la producción alimentos–, fueron los principales impulsores de estos avances de la agricultura. A pesar de esta evolución, la fuerza humana y animal seguían siendo fundamentales para el trabajo en el campo.
El siglo XIX supuso el auténtico inicio de la mecanización agraria, impulsada entre otros motivos por la necesidad de encontrar alternativas mecánicas a la demanda de mano de obra en las grandes extensiones del sur y el oeste de Estados Unidos. En 1834, la aparición de la cosechadora mecánica de granos desarrollada por Cyrus McCormick supuso todo un hito y desató una oleada de competidores. La Exposición Universal celebrada en Londres en el año 1851 dio visibilidad a todos estos avances y mostró el desarrollo que la agricultura había alcanzado a esas alturas del siglo.
Es entre finales del siglo XIX y principios del XX cuando llega el auténtico cambio con el desarrollo del tractor –con motor diésel y gasolina–, la máquina esencial y revolucionaria que permitió sustituir de una manera efectiva la fuerza animal para poder llevar a cabo las diferentes tareas agrícolas. Con la aparición del tractor da comienzo una carrera imparable que se va incrementando a lo largo de todo el siglo XX, una carrera que ha permitido mecanizar la mayor parte de las tareas del campo y multiplicar la producción de alimentos.
La II Guerra Mundial marcó la historia del siglo XX, y posiblemente la de la humanidad. Las bajas humanas, el desarrollo industrial y la necesidad de proveer de alimentos a una sociedad castigada por la escasez de alimentos impulsaron nuevamente el desarrollo agrícola. Es así como se mecanizaron prácticamente todas las tareas del campo, sobre todo en lo relativo a la producción de cereales en las grandes extensiones. Una mecanización que alcanza a todas y cada una de las tareas agrícolas, con el tractor como gran epicentro en torno al que orbitan los más variados implementos capaces de desarrollar cada una de estas funciones.
En este momento la agricultura mundial se encuentra inmersa en otra gran encrucijada, puesto que tiene que ser capaz de producir alimentos para una población que se estima que alcance los 10.000 millones de personas en apenas 30 años. Pero, a diferencia de lo que ha pasado a lo largo de la Historia, ahora lo tiene que hacer sin incrementar la superficie de cultivo (apenas queda tierra “libre” para dedicarla a la agricultura) y, además, siendo especialmente respetuosos con el medio ambiente.
Teniendo en cuenta estos condicionantes, la nueva Revolución Agraria tiene que llegar irrenunciablemente de la mano de la tecnología. Ser más eficientes y poder obtener más producción con menos recursos es la clave. Y una vez más, como ya sucediera con el inicio de la revolución industrial, McCormick se encuentra a la vanguardia de esta nueva vuelta de tuerca que tiene a la “nube” como protagonista.
La clave se encuentra, por tanto, en aplicar el Internet de las Cosas (IoT) a la transformación del campo. Para llevar Internet hasta la producción de alimentos se pueden diferenciar tres capas diferentes. La primera de estas capas corresponde a la toma de datos o captura. Para ello, tanto los implementos como los propios tractores están dotados de diferentes sensores que son los encargados de recopilar los datos directamente del campo. La segunda capa sería la de ensamblaje y transporte de los datos, así como su almacenamiento y ubicación en la nube. Para ello existen diferentes servicios y aplicaciones encargadas de recopilar y aglutinar todos estos datos. Finalmente, una tercera capa consiste en la interpretación y aplicación práctica de los datos recogidos, en función de parámetros preestablecidos, algoritmos y recomendaciones agronómicas. La conexión ISOBUS, que permite la comunicación entre el apero y el tractor facilita trasladar al campo los mapas de rendimiento y las indicaciones de tratamientos.
Las nuevas tecnologías ofrecen a los agricultores actuales un guiado centimétrico para evitar solapamientos entre pasadas, ahorrando así en costes y permitiendo conocer la ubicación exacta de apero y tractor. Esto brinda la posibilidad de tratar de manera independiente cada sección del campo, aprovechando al máximo la capacidad productiva de cada centímetro de tierra.
La mejor manera de incrementar la productividad es aprovechar cada semilla y cada gramo de insumo, ubicándolo en el lugar preciso en función de las indicaciones obtenidas. La conexión entre McCormick y Topcon permite –gracias, por ejemplo, al módulo AGI-4, que incorpora la antena, el receptor y el controlador de dirección en un solo componente–, realizar un guiado preciso del equipo agrícola. El AGI-4 ofrece como estándar un nivel de precisión WAAS y EGNOS, pero se puede ampliar fácilmente a una precisión de 2 cm con opciones de radio RTK. Al igual que todos los receptores de Topcon, el AGI-4 ofrece recepción estándar satelital GNSS de múltiples constelaciones para una precisión incomparable en aplicaciones dinámicas y condiciones del terreno.
La mejora del rendimiento agrícola no pasa únicamente por la parte agronómica; también es fundamental obtener el máximo rendimiento de la maquinaria, para lo cual es imprescindible optimizar el comportamiento del operador.
Bajo la denominación “El Factor Humano”, McCormick y su matriz Argo Tractors han desarrollado un software que analiza los comportamientos del operario en el tractor, permitiendo ofrecer consejos para mejorar su rendimiento, su ergonomía y mejorar del cuidado de la mecánica. Este software es capaz de enviar estos datos a la nube para que el responsable de la flota los analice y proponga los cambios necesarios para mejorar el rendimiento.
Gestionar las máquinas de forma correcta es otra de las medidas que pueden mejorar la productividad del campo. Para ello existen soluciones como Fleet Management de Argo Tractors, que permite, gracias al uso del IoT, la supervisión de la flota en tiempo real, con datos actualizados sobre la actividad de las máquinas, así como llevar a cabo un análisis exhaustivo de los datos para determinar los costes operativos y realizar diagnósticos remotos para identificar y resolver rápidamente cualquier problema con las máquinas.
Todo ello, en definitiva, sienta las bases de una nueva Revolución que permite seguir alimentando al mundo, y hacerlo de forma inteligente y sostenible.